La elegancia
se ha convertido en un concepto confuso en nuestros días. Hace apenas dos siglos, estaba claro quién o quienes
ostentaban este privilegiado calificativo pero, actualmente, con los cauces de
información que nos llegan desde la los medios, la idea de elegancia se ha
diluído.
Antiguamante,
el ser elegante era una condición sinequanone para asistir a los eventos de los
más altos estratos sociales. La elegancia que primaba era aquella que ciudaba
minuciosamente los detalles del vestido, el tejido, el peinado y, sobre todo,
las normas de comportamiento, voz, muecas y demás gestos corporales. Para
asistir a una fiesta, era imprescindible haber adquirido las nociones de
urbanidad oportunas para conducirse correctamente en sociedad. Hoy, nos
parecería una cursilería tener que aprender estas cosas, pues la vida se ha
hecho más sencilla y ha cobrado un sentido práctico que rehúsa de estos
requisitos.
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